La historia se remonta a mediados del siglo XVIII con la llegada de Gregorio Ramos Mejía, de origen sevillano, al Río de la Plata. Don Gregorio tuvo trece hijos, siete mujeres y seis varones, entre ellos Francisco Hermógenes que nació en 1773 y a los 26 años partió para el Alto Perú, en busca de mejores horizontes de trabajo, y en la ciudad de La Paz se casó con Da. María Antonia Segurola.
Dos años después de casarse, deciden regresar al Río de la Plata y aplicar parte de la fortuna que habían traído del Altiplano en adquirir al Comisario de Guerra y Factor Juez Oficial Real, D. Martín José de Altolaguirre, una extensión de tierras en la zona de La Matanza, que se escrituró el 25 de octubre de 1808. Las tierras se extendían en forma de cuadrilátero desde el río Matanza hasta los montes de tala que llegaban al Palomar de Caseros, con una superficie de más de seis mil hectáreas. Entre sus límites se hallaba todo lo que hoy constituye el ejido urbano de la ciudad de Ramos Mejía.
De esta manera, comenzó la dinastía de los Ramos Mejía en la zona.
Por su particular forma de interpretar los evangelios, Francisco H. Ramos Mejía fue considerado el responsable del primer cisma religioso del país al enfrentarse con el Padre Castañeda. Por esta causa, a principios de 1821, es confinado por las autoridades nacionales a vivir en el casco de la chacra «Los Tapiales». Esta medida agobió su ánimo, deterioró su salud y apresuró su muerte, ocurrida el 5 de mayo de 1828, a los 55 años de edad.
Entre los indios pampas, Francisco Ramos Mejía gozaba de una gran estima y lo llamaban «padre de la tierra». Cuenta la historia que ante la demora del entierro del cuerpo de Ramos Mejía este fue secuestrado por una partida de ocho indios pampas que lo montaron en una carreta que se perdió tras cruzar el río Matanza y nunca se supo dónde había sido enterrado.
De su matrimonio nacieron cinco hijos, de los cuales uno fue degollado en Córdoba hacia 1840, luego de la batalla de Quebracho Herrado en la que había caído prisionero. Sus otros dos hijos varones, Matías y Ezequiel, habían regresado del exilio a Buenos Aires; mientras que su hija Marta se había casado con Francisco Bernabé Madero, y su otra hija, Magdalena, con Isaías de Elía.
La chacra quedó a partir de allí en manos de la viuda, María Antonia Segurola, en momentos difíciles en que se abatían sobre el país la anarquía y las luchas entre unitarios y federales. Gobernaba la provincia de Buenos Aires el coronel Manuel Dorrego, a quien el destino le depararía meses más tarde el drama de Navarro, donde sería fusilado el 13 de diciembre de 1828.
Al producirse los enfrentamientos de Puente Márquez entre Federales y Unitarios, y luego del alzamiento de los «Libres del Sur» en Dolores, los hijos de Ramos Mejía se incorporaron a las fuerzas del general Lavalle y en ocasión de firmarse el Pacto de Cañuelas, en el año 1829, hospedaron al general en la chacra «Los Tapiales». Esto determinó la confiscación por Rosas de la chacra, situación que duraría de 1840 a 1853. Recuperada la propiedad, Da. María Antonia encontró su chacra perturbada por el vandalismo y los cuatreros.
A partir de la batalla de Caseros, en 1852, y del consecuente alejamiento de Juan Manuel de Rosas, el país todavía debió soportar un período de mucha turbulencia política, pero ya se advertía un generalizado deseo por consolidar las instituciones y crear un ambiente propicio al progreso económico. De ese proceso de reactivación participó intensamente la chacra de la familia Ramos Mejía.
María Antonia Segurola de Ramos Mejía ya contaba en ese entonces con más de 70 años de edad, y decidió dividir su patrimonio entre sus hijos. Dividida la zona entre los cuatro herederos, la familia dispuso que se hiciera el trazado del pueblo. A ese efecto, se tomó como ejes hacia el sur los tres caminos ya existentes (hoy avenidas de Mayo, Rivadavia y San Martín), delineándose las calles a semejanza del dibujo en damero aplicado desde la época de la Colonia a los nuevos puntos urbanos. Este se había originado en las Leyes de Indias, dictadas por el soberano español en el siglo XVI, que estableció módulos básicos llamados manzanas, de unas ciento cincuenta varas de lado. D. María Antonia fallece el 4 de febrero de 1860.
En 1858 llegó el primer tren a esa zona, en lo que se denominó estación General San Martín, ubicada donde hoy se encuentra la actual estación Ramos Mejía de la Línea Sarmiento, arrastrado por «la Porteña», con dos vagones de pasajeros más pequeños que un tranvía antiguo. Los Ramos Mejía advierten la importancia estratégica de la parada ferroviaria y donan cuatro manzanas para uso público.
Con el curso de los años, los extensos predios de la zona en poder de los hermanos Ramos Mejía fueron cambiando de dueño por herencia o por venta, y se produjo, además, la consiguiente parcelación de las propiedades.
El adoquinamiento de la avenida Rivadavia en 1904, el mejorado en la Avenida de Mayo en 1913 y el pavimento en los años treinta tuvieron un efecto importante en la calidad de vida de los habitantes. En marzo de 1915 se fundó el Colegio Santo Domingo, que es, al día de hoy, uno de los edificios más tradicionales de la ciudad.
En 1921 llega el primer servicio público de transporte automotor de pasajeros, el germen de la compañía que luego se transformó en la empresa Transporte Ideal San Justo, línea 96. En 1923 se produjo la electrificación del Ferrocarril Oeste en el tramo Once-Moreno que permitía combinar con el subte hacia la Plaza de Mayo. El eslogan de esa época era «Del subte al tren sin cambiar de andén».
En 1925, la empresa Furst Zapiola y Cía. remató 25 manzanas en 502 lotes. La explosión inmobiliaria no se detuvo, y tampoco la modernización.
La casaquinta que correspondió a la señora Marta Ramos Mejía estaba a unos quinientos metros al norte de la estación ferroviaria; lindaba hacia el este y al norte con los campos de otro hermano, Matías Ramos Mejía, que luego pasaron al dominio de su hijo José María, casado con Celia de las Carreras. Hacia 1900, la familia Madero vendió la quinta a la familia Narbondo, que la mantuvo en su poder hasta el año 1926, en que fue adquirida por el Colegio Ward (ahora perteneciente a la localidad de Villa Sarmiento, Partido de Morón).
Abarcaba 72.445 m² ricamente arbolados e incluía un amplio caserón con paredes de 6 dm de espesor, que aún se conserva rodeado por el parque del colegio. Tal vez sea el edificio en pie más antiguo de Ramos Mejía. En enero de 1944 el colegio adquirió a los herederos de José María Ramos Mejía, un predio de 4,7 ha adicionales y linderos a los que ya poseía.