Una breve noticia del evangelista Mateo es el origen de una tradición que ha inspirado magníficas obras de arte. Los llamados Magos de Oriente no recibieron nombres ni fueron coronados reyes hasta el siglo VI. Año tras año, sabios y doctores de la Iglesia fueron completando después la historia que cada 5 de enero desvela a millones de niños
ERAN MAGOS Y venían de Oriente, siguiendo el rumbo de una misteriosa estrella. Llegaron a Belén y ofrecieron al Niño tres regalos: oro, incienso y mirra, y se volvieron muy contentos a su país lejano. (Al llegar a Jerusalén se habían entrevistado con el rey Herodes, pero a la vuelta lo evitaron. Y Herodes, receloso y enfurecido, mandó a sus soldados que mataran en Belén a todos los niños menores de dos años. Pero de allí ya se habían ido Jesús y sus padres, advertidos a tiempo por un ángel, camino de Egipto).
Eso es todo lo que cuenta de ellos el evangelista Mateo. Lucas ni siquiera los menciona y relata solo la adoración de los pastores. A partir de esas primeras noticias se fue ampliando la leyenda y en la tradición popular pervivió aumentada con un halo mítico añadiendo novedosos detalles a la escueta escena de la adoración de los Magos. El evangelista no dice ni cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni cuál era su magia, ni de qué misterioso Oriente venían. (¿Eran persas, caldeos o árabes?). Más sabio y preciso, en el siglo III, Orígenes escribe que eran tres, y Tertuliano afirma que los tres eran reyes, y algo después ya se divulgan sus nombres: Gaspar, Melchor y Baltasar. No tardó mucho en quedar fijado el día de la Epifanía en Belén: un 6 de enero, solsticio de invierno en Egipto. (A 12 días de la Natividad, el 25 de diciembre. Parece que ellos viajaron deprisa, acaso sobre presurosos camellos, del misterioso Oriente hasta Judea).
Illi Magi tres reges dicuntur. “Aquellos tres magos son llamados reyes”, escribe Cesáreo de Arlés en el siglo VI. Por entonces los vemos en un brillante mosaico de San Apolinar Nuevo en Rávena: van los tres con atuendos de magos iraníes (llevan gorro frigio y típicas calzas orientales), están escritos los nombres ya sobre sus figuras y avanzan uno tras otro llevando alegres sus tres regalos al Niño Dios. No tardan luego en reaparecer definitivamente como reyes, con suntuosos vestidos y sendas coronas de oro. Por esa época, el nombre de “mago” suscitaba recelos, y la magia, blanca o negra, era una práctica sospechosa; así que, con el apoyo de una bíblica profecía de Isaías, los magos fueron ascendidos a reyes. La Epifanía acentúa así su simbolismo: los ricos monarcas se humillan ante el Divino Niño y sus padres en el humilde pesebre.
La adoración de los Reyes que fuera un motivo pictórico predilecto del medievo alcanzó magnífico esplendor y difusión en manos de los grandes pintores de época renacentista: Masaccio, Fra Angelico, Gozzoli, Botticelli, en Italia; Van der Weyden, Memling, El Bosco y Rubens, en Flandes, y El Greco, Velázquez y otros, en España. Una gran estampa mitológica cristiana: tres reyes de áureos trajes y exóticos séquitos vienen a arrodillarse ante el pintoresco y humilde establo de Belén.
Como se ve, los Magos han tenido una fabulosa pervivencia. A partir de la breve noticia evangélica, fueron cobrando figura y nombre y se hicieron reyes fulgurantes. Hoy perduran sus imágenes más gracias al arte que al culto religioso. Perviven como amables fantasmas en las ilusiones y sueños infantiles de la noche de Reyes. De modo pintoresco, en cabalgatas y disfraces de la fiesta carnavalesca y popular del 5 de enero.
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